Por: Claudia Boggio
Ilustraciones: Franco Carmona y Kiara Romero
Al empezar mi carrera, mi sueño era trabajar con marcas grandes. De esas que ves en todas partes. Pero pronto descubrí que eso implicaba pasar por mil capas de aprobación, procesos eternos y poca conexión con quienes realmente tomaban las decisiones. Todo parecía estar ya definido. ¿Y la creatividad? Encajada en un molde.
Las cosas cambiaron cuando me convertí yo misma en fundadora. Ahí entendí lo poderoso que es tener cerca a quienes llevan el alma del negocio. Desde entonces, trabajar con fundadores se ha vuelto una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida profesional.
¿Por qué es tan especial?
1. Pasión con propósito
Los fundadores no solo tienen una idea. Tienen una convicción. Cuando conectamos con ese por qué profundo que los mueve, las marcas cobran vida. Se vuelven auténticas, potentes, memorables.
2. Velocidad con visión
No hay que esperar semanas para una decisión. Los fundadores entienden el valor del tiempo y del riesgo. Se animan a probar, a cambiar, a crear algo que realmente marque la diferencia.
3. Sabiduría real
Nada como aprender de quien ha vivido cada etapa del negocio. Sus aprendizajes, errores y aciertos alimentan el proceso creativo de una forma que ningún brief podría anticipar.
4. Relación de verdad
Cuando trabajas directamente con el fundador, la relación cambia. Se vuelve más cercana, más humana. Y eso no solo mejora el trabajo: lo transforma.
Hoy, después de 20 años haciendo marcas en Infinito, trabajamos con muchas de las empresas más grandes del mercado peruano y latinoamericano —las que ves en todas partes—. Y sin embargo, sigo pensando que nada se compara con acompañar a los emprendedores: los que construyen sus sueños desde el inicio. Porque cuando la pasión se encuentra con el propósito, la magia ocurre. Y poder ser parte de eso… es un privilegio.