La pasión es la diferencia entre tocar el piano y ser un Pianista; y en el mundo del marketing, la regla es la misma. La pasión forja a los grandes líderes de la industria y los reúne con marcas a la altura de su ambición.
Para un líder apasionado, los retos (y las marcas) son caminos hacia nuevos logros y aprendizajes, hacia victorias y reconocimientos. Los retos están hechos para para ser superados.
¿Pero ser apasionado es suficiente?
Por definición, la Real Academia Española nos dice que “apasionado” es quien tiene un deseo vehemente, alguien que actúa de manera irreflexiva, dejándose llevar por los impulsos.
En mis propias palabras, alguien apasionado es quien no puede dejar de hablar de lo que hace o le gusta hacer, y me atrevo a decir que todos conocemos a alguien así: un entusiasta de la música, de la bicicleta, un fanático del fútbol, de los videojuegos, de su trabajo o de su marca.
También me atrevo a decir que después de un rato, cuesta un poco seguir prestándoles atención.
Lo mismo pasa con algunas marcas; no las llamaría vehementes, pero si diría que suelen comportarse de manera impulsiva, reactiva o coyuntural; y eso las vuelve inconsistentes, se convierten en marcas que nunca dejan de hablar, como si de un indicador se tratase. Marcas así no cuentan una historia.
Una historia requiere consistencia, ilación y sobretodo, interés mutuo entre emisor y receptor. Todo lo demás es puro cuento. Entonces, ¿está mal ser apasionado? ¿Qué más se necesita?
Para nada, el error sería pensar que pasión basta, de la misma manera que pensar que para ser Pianista solo hace falta tocar el piano, también requiere ser consistente.
En el caso de las marcas, el éxito consiste en mantenerse relevante y rentable a lo largo del tiempo.
Para ser relevante y rentable se necesita una relación sólida con la audiencia.
Una relación consistente, que se sienta natural, que no canse.
Es ahí donde el Branding juega un rol fundamental. Le da consistencia a las marcas, les otorga una voz, personalidad, una forma única de ser fácilmente reconocibles y memorables por quienes (aunque sea una sola vez) hayan tenido contacto con ellas.
Consistencia que permite a los líderes de estas marcas, dar rienda suelta a su pasión a lo largo del tiempo sin diluir el mensaje, sin dejar de mostrar eso que los hace únicos.
El Branding es un aliado que ayuda a las marcas a mantenerse relevantes (y en consecuencia, rentables) a lo largo su historia; el Branding guía a las marcas sobre cuando hablar, de qué hablar, cómo hablarlo, y con quién hablarlo.
Gracias a esto, las marcas ganan consistencia, dejan de ser “marcas que no dejan de hablar” y se convierten en “marcas que dan de qué hablar”, gracias a la pertinencia de sus mensajes y lo memorable de su identidad.
Todo eso es lo que las convierten en marcas imposibles de ignorar.
Como es el caso de marcas como Wong, o las recientes lecciones de tono de voz que nos ha dado Netflix en el mundo digital, por el lado internacional
Wong es una de las marcas de supermercado más reconocidas y reconocibles del país. Lleva más de 80 años en el mercado y ha sabido mantener no solo su propuesta de valor sino su consistencia gráfica, y esto le ha permitido crear un lugar especial en una categoría otros no han podido ubicarse.
En el caso de Netflix, la forma de hablar tan coloquial y fresca que denotan en sus redes sociales también es claramente una decisión estratégica que les ha permitido ganar diferenciación frente a otras plataformas de streaming, pero lo que más los diferencia es la constancia en la que lo hace, al punto de ser reconocidos por ser una marca que responde a los usuarios. Vale decir que esa constancia ha sido posible justamente por la consistencia de sus mensajes.